La hija de un cuáquero desapareció. Y cuando la encontraron, el tajo en su cuello resultó ser el menor de los daños que le había hecho.
Su asesino, cuyo nombre no debe ser mencionado, según afirmo no pudo soportar la culpa y el horror.
Y un año después, el día de la muerte de la chica fue hasta una comisaria y se entregó. Y aunque pidió que le ejecutaran, el juez le condeno a la perpetua y el asesino fue enviado a la cárcel para cumplir su condena.
Transcurrieron 17 largos años y el asesino descubrió la religión. Y con sinceridad dijo que había cambiado, que si alguna vez había sido un psicópata, ya no volvería a serlo jamás.
Esta historia no trata sobre él.
Pasaron los años y las autoridades se dieron cuenta de que no era una artimaña, si no que lo sentía de verdad, que se había arrepentido y decidieron dejarle en libertad.
Y encontró un lugar en el que quedarse, donde decidido viviría una vida sencilla y feliz durante los años que le quedasen.
Pero no disfrutaría de una vida sencilla y feliz.
Siguió así durante 11 putos años, hasta que al final el asesino se volvió loco. Y una noche de invierno recordó un folleto católico que había leído en el que ponía que la única gente que tenia garantizado un lugar en el infierno, no eran los asesinos, ni los violadores, si no aquellos que se habían suicidado.
Y al asesino aquella idea le pareció preciosa. Por que sabía que por lo menos en el infierno, no se encontraría con el Cuáquero.
Así que se corto el cuello. Y lo ultimo que el asesino vio, fue al anciano sacar una navaja que tenía guardada, ponérsela en el cuello y deslizarla.